Comentario
El final de la Edad del Hielo está definido por un progresivo calentamiento de la tierra y por el inicio de un período geológico que se ha denominado Holoceno, el cual se divide en tres etapas básicas: Anatermal (7.000-5.000 a.C.), Altitermal (5.000-2.000 a.C.) y Mesotermal (2.000 a la actualidad).
La consecuencia principal de este cambio climático es que los grandes bloques de hielo sueltan agua, sube el nivel de los mares y desaparece definitivamente el puente de tierra en el Estrecho de Bering. Al mismo tiempo, la disminución en el régimen de lluvias produce profundas alteraciones en la biomasa y disminuye el volumen de la vegetación comestible. Los antiguos hábitats visitados por los grandes herbívoros desaparecen y son desplazados por bosques de hoja caduca. Los animales, ante la falta generalizada de pastizales, se retiran a áreas de refugio hasta que se extinguen: mamut, mastodonte, smilodon, tapir, équidos, cérvidos, camélidos, felinos y un largo etcétera hasta un total de 200 géneros de animales, desaparecen del registro faunístico americano.
El cambio ambiental produce un complicado calidoscopio microambiental cuyos efectos se traducen en multitud de adaptaciones culturales particulares, iniciándose una etapa más plural, menos especializada que el Paleolítico Superior; ésta ha sido denominada Arcaico y abarca entre el 7.500 y el 2.500 a.C.
La dieta del hombre durante este período se orienta poco a poco hacia la recolección y la experimentación agrícola, siendo la caza de tipo menor. La recolección genera transformaciones culturales de primera importancia: el ciclo de los recursos vegetales está más sometido a la estacionalidad que el de los animales; el hombre sólo puede cosechar en determinadas temporadas, pero puede seguir de manera permanente a las piezas. Por ello, se ve obligado a la sedentarización en determinadas estaciones, por ejemplo, en primavera-verano, cuando se cosecha; mientras que en otoño-invierno, cuando escasean los productos silvestres, su vida se hace de nuevo más nómada. En este patrón económico, los campamentos se componen desde una familia hasta 15 ó 25 individuos y su permanencia es muy variable desde 1 ó 2 días a una estación completa. En Guilá Naquitz, Oaxaca, Flannery detectó un patrón indicativo de que la cueva se utilizó anualmente entre agosto y diciembre, cuando se pudo recoger nueces, frutos, vainas de legumbres, calabaza, mezquite y pencas de maíz para asar. Esta dieta fue complementada por la caza del ciervo de cola blanca, conejo, tórtola y varios roedores. La cueva era de nuevo abandonada a inicios de enero y sus habitantes se dispersaban en grupos más pequeños por diversas zonas del valle.
Esta nueva especialización en la subsistencia requiere un cambio tecnológico profundo en relación con el principal instrumento del Paleolítico Superior: las grandes puntas Clovis, Folsom y Plano se hacen más pequeñas y afiladas, ya que la existencia de animales de pequeño y mediano tamaño (venado, conejo y diferentes tipos de roedores) exige mayor distancia y precisión al cazador. La herramienta principal ahora es el lanzadardos (atlatl): un palo enmangado de unos 0,50 m de longitud y con una ranura que lo recorre hasta un tope; en ella se coloca un dardo y el cazador lo impulsa. Boleadoras y diversos tipos de trampas son también técnicas comunes empleadas en la caza. Este cambio tecnológico se acompaña con la manufactura de cestas para la recolección, transporte y almacenaje, y con la utilización de manos y piedras de moler, morteros y machacadores confeccionados en piedra pulida. Otra consecuencia importante es la cooperación interbandas; los grupos tienen que recoger el alimento porque si no se pudre, de manera que se produce la cooperación de varias comunidades para esta tarea, las cuales se disgregan cuando escasea el alimento. Los grupos sociales más numerosos necesitan, además, una organización superior, por lo que se introducen también alteraciones en la organización de la sociedad. La concentración de estas comunidades tiene gran importancia social -intercambio de mujeres-, política -definición de territorios-, comercial -intercambio de productos- e ideológica y religiosa -ceremonias, rituales, conocimientos científicos, etc.
Aunque el cambio es genérico en América, las respuestas son variadas. Una de las que tienen mayor personalidad es la Tradición Cultural del Desierto, originada en California, Gran Cuenca y Suroeste de los Estados Unidos y que se distribuyó hasta Panamá. Mac Neish ha elaborado una excelente secuencia en las tierras áridas y semiáridas de Tamaulipas y Tehuacan en México, en la que está identificado este sistema de vida y que se complementa con la secuencia trazada por Flannery para Oaxaca.
Paralelamente a este tipo de adaptaciones, se produce otra a lo largo de las costas y en zonas lacustres orientada a la explotación intensiva de los recursos marinos, la cual está documentada desde Norteamérica a América del Sur, y que en algunas zonas es tan fructífera que permite la aparición de poblados sedentarios e, incluso, de centros ceremoniales incipientes, como en la costa central andina. Ejemplos de ellos los tenemos en la costa este de Estados Unidos, la fase Chantuto de Tlacuachero (Chiapas), Palo Hueco (Veracruz), los concheros de la costa ecuatoriana, la cultura Paijanense en el Perú desde el 8.250 a.C., el sitio de Quereo en Chile en 7.400 a.C. y los sambaquís de Brasil.
Este dilatado periodo de 6.000 años que acabamos de reconstruir resulta de vital importancia para la evolución de las sociedades americanas, por cuanto a lo largo de él se acelera una serie de experimentaciones que culminarán en la domesticación de las plantas y animales y en el desarrollo de la agricultura. En este sentido, podemos afirmar que existen dos focos nucleares de experimentación -Mesoamérica y el Área Andina- y un foco secundario, el amazónico-caribeño, todos los cuales, junto con otros de naturaleza más marginal, incorporan al registro universal de plantas cultivadas más de cien especies.
En estos complicados procesos ocurridos en el continente americano, el énfasis preferente se orienta hacia la agricultura, ya que los animales domesticados son escasos. Varios milenios de experimentación, cuidado y selección de los productos vegetales documentan este lento proceso, definido por multitud de alternativas, caracterizado por la acumulación de conocimientos y acompañado por innovaciones técnicas adaptadas a él.
El calidoscopio ambiental resultante del cambio al Holoceno produjo una rica variedad cultural. En Mesoamérica, la experimentación se orientó con preferencia hacia el maíz, el frijol y la calabaza. En algunas de sus regiones mejor investigadas -Tamaulipas, Tehuacan, el Centro de México y el valle de Oaxaca-, se ha constatado que esta evolución no fue homogénea. El maíz (Zea mays), la planta más importante del Nuevo Continente, que procede de un antepasado silvestre y del teosinte (Zea mexicana), pudo ser utilizado en Guilá Naquitz (Oaxaca) desde el 7.500 a.C., pero no se usa en Tehuacan hasta el 5.000 a.C., y en Tamaulipas hasta el 3.000 a.C.
Las distintas variedades de calabaza (Cucurbita pepo, mixta y moschata) aparecen también con una temporalidad diferente. La primera se conoce en Oaxaca hacia el 8.000 a.C. y llega a Tamaulipas hacia el 7.000 a.C. y a Tehuacan en el 4.000 a.C. Lo mismo podríamos alegar con respecto a las otras dos variedades. En cuanto al frijol (Phaseolus coccineus), se ha aislado entre el 8.700 y el 6.700 a.C. para Oaxaca, pero no llega hasta el 5.000-2.500 a.C. a Tamaulipas y para los inicios de nuestra era a Tehuacan. Junto a estos tres alimentos básicos se utilizó pimiento (Capsicum annum), aguacate (Persea americana), amaranto (Amarantos spp.), mezquite, nopal, maguey, frutos de árboles, bellotas, nueces y un largo etcétera. En el capítulo de animales domesticados, sólo podemos apuntar perro, pavo y pato.
En el Área Andina se desarrollaron otras plantas autóctonas que resultaron de la misma importancia para la evolución cultural de las sociedades complejas. En especial la papa o patata (Solanum tuberosum), que se cultivó en zonas de la sierra peruana hacia el 3.500 a.C., mientras que otras regiones no la adquirieron hasta el 1.000 a.C., e incluso no llegó a Bolivia hasta el 400 a.C..
La quinoa (Chenopodium quinoa) aparece en Ayacucho (Perú) hacia el 4.500 a.C. y no se explota en Argentina hasta inicios de nuestra era. Y lo mismo sucede con la cañihua (Chenopodium pallidicaule) y la calabaza (Cucurbita ficifolia y moschata). En los Andes orientales y su confluencia con la Amazonía se experimentó con batata (Ipomoea batatas) y cacahuete (Arachis hipogaea).
La domesticación de animales tuvo más importancia en el Área Andina que en Mesoamérica, llegando a desarrollarse una verdadera ganadería en torno a la llama (Lama glama) tal vez desde los inicios del 3.000 a.C. También de gran valor económico fue la domesticación de un roedor, el cuy (Cavia porcelus).
El último foco importante de domesticación fue la cuenca Orinoco-amazónica, donde además de batata y cacahuete, se experimentó con la mandioca (Manihot esculenta y utilissima), en sus dos variedades -amarga y dulce- en las sabanas de Venezuela y Colombia desde el 2.500 a.C., las cuales resultaron ser de enorme importancia económica para los grupos del bosque tropical.